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| El envejecimiento de la población está transformando la forma en que se organizan las ciudades. Fotos: Archivo Unimedios |
Julieth Andrea Parra Hincapié, especialista en Análisis Espacial de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), explica que este cambio afecta no solo la forma en que se planifica la ciudad, sino también cómo se organiza la vida cotidiana, por ejemplo los servicios, la movilidad, los espacios públicos y la vivienda.
“Más allá de que seamos más adultos mayores, el problema es cómo respondemos como sociedad y como ciudad. Si no hay entornos asequibles, seguros y pensados para distintas edades, se profundiza la segregación etaria y aumentan los riesgos de aislamiento, especialmente en una etapa de la vida en la que el apoyo social es esencial”, señala.
Cómo se hizo el mapa de la edad
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| Además de los ingresos, en Bogotá la edad empieza a marcar una nueva frontera urbana. |
El estudio también incluyó una medición de accesibilidad y co-accesibilidad, es decir, cuánto pueden coincidir distintas generaciones en los mismos espacios urbanos. A partir de la distancia que una persona puede recorrer caminando en 10 minutos, la investigadora Parra calculó qué tan cerca están los habitantes de cada grupo etario de los principales servicios y espacios públicos, y en qué sectores hay más posibilidades de encuentro entre edades.
Además, con apoyo de herramientas de análisis espacial y sistemas de información geográfica (SIG), elaboró una serie de mapas que muestran los contrastes por edad, nivel de pobreza y acceso a equipamientos urbanos. Para ello cruzó la información poblacional con datos sobre parques, centros culturales, bibliotecas y polideportivos, identificados a partir de registros abiertos de la ciudad.
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| En barrios como Cedritos, Chicó o Galerías se concentra población mayor, propietaria y con mejor acceso a servicios. |
Así, evidenció que los niños y adolescentes se concentran en el sur y suroccidente —Bosa, Usme, Ciudad Bolívar y San Cristóbal—, en donde persisten altos niveles de pobreza multidimensional, es decir carencias que van más allá del ingreso y que incluyen limitaciones en educación, salud, vivienda, empleo y acceso a servicios básicos. Estas zonas también presentan menor disponibilidad de equipamientos urbanos como parques, centros culturales o centros asistenciales, lo que restringe las oportunidades de desarrollo y bienestar para las nuevas generaciones.
En contraste, el norte y el centro —Chapinero, Teusaquillo, Barrios Unidos, Chicó y Usaquén— concentran más adultos mayores (personas de 60 años o más), en su mayoría propietarios que han permanecido por décadas en barrios consolidados, con mejores condiciones de infraestructura, servicios públicos y espacio público de calidad.
Allí también hay más parques y centros culturales o comunitarios, lo que refleja una ciudad envejecida en sectores con más estabilidad económica y mayor acumulación de patrimonio, pero también con riesgo de aislamiento social, pues las dinámicas barriales cambian y cada vez hay menos presencia de familias jóvenes.
La segregación por edad no es un fenómeno aislado, se relaciona con el encarecimiento del suelo, el tipo de vivienda disponible y la capacidad de los hogares para permanecer en ciertos sectores. “Los adultos mayores permanecen en barrios tradicionales, con viviendas grandes y consolidadas, mientras que los hogares jóvenes, más numerosos y con menores ingresos, se desplazan hacia zonas periféricas en donde los costos son más bajos, pero también hay menos servicios”, amplía la especialista Parra.
Además, el estudio señala que la configuración física de las viviendas influye en esta brecha. Muchas casas en sectores antiguos —como Teusaquillo, Barrios Unidos o el nororiente capitalino— no se adaptan fácilmente a nuevas dinámicas familiares, lo que limita la movilidad residencial y refuerza la permanencia de los adultos mayores en barrios envejecidos.
Espacios sin mezcla generacional
Con respecto a la co-accesibilidad, la investigación mostró que las zonas con mayor presencia de adultos mayores son las que presentan menos mezcla generacional alrededor de parques, bibliotecas y centros culturales, especialmente en el centro y nororiente de Bogotá, en donde predominan los valores más bajos de co-accesibilidad.
“No se trata de que falten equipamientos, sino de que estos no propician el encuentro. Hay parques y bibliotecas, pero no necesariamente son espacios en los que coincidan distintas generaciones”, señala. En cambio, en el sur y suroccidente, donde vive la población más joven, la co-accesibilidad es mayor y hay más posibilidades de intercambio entre edades, lo que puede fortalecer el capital social y el sentido de comunidad.
“El mercado de vivienda agrava la segregación por edad. En los barrios en donde predomina la propiedad, como Chapinero o Teusaquillo, hay más adultos mayores y menos arriendo, lo que dificulta la llegada de nuevos hogares jóvenes. Reducir los tamaños de vivienda o promover proyectos que combinen distintos grupos etarios ayudaría a equilibrar esa composición”, advierte la especialista Parra .
Considera además que “el debate no pasa por eliminar la concentración etaria, sino por evitar que esta se traduzca en aislamiento. Tener grupos concentrados facilita planificar servicios, pero cuando las generaciones viven completamente separadas se rompe el tejido social. El intercambio entre edades es fundamental para fortalecer la empatía, el aprendizaje mutuo y el sentido de comunidad, aspectos que no se logran si cada grupo habita su propio fragmento de ciudad”.
De la planificación a la vida cotidiana
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| En Lucero, El Tunal o Candelaria La Nueva predominan familias jóvenes en arriendo y con menos acceso a espacios públicos. |
“Una ciudad amigable con las personas mayores también es una ciudad mejor para todos. Necesitamos barrios en donde los mayores puedan permanecer, pero en donde también se reciban nuevas generaciones; más parques, bibliotecas y redes peatonales que faciliten el movimiento y la interacción cotidiana”.
“Es urgente fortalecer el sistema de cuidado con una visión territorial. Durante una década invertimos en la primera infancia, ahora debemos pensar en el cuidado de la vejez, en cómo acompañar a quienes serán mayoría en pocos años”, menciona.
El estudio de la especialista Parra no solo revela una geografía invisible de la edad, sino que además pone sobre la mesa el desafío de diseñar ciudades que no aíslen por generaciones.
Con más de un millón de bogotanos que superan los 60 años y una expectativa de vida en aumento, pensar una ciudad intergeneracional deja de ser una opción y se convierte en una urgencia. “Si las generaciones no se encuentran, no se reconocen. Y una ciudad que no se reconoce a sí misma termina fragmentada”, concluye.











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