Ser adulto mayor y peatón en Bogotá quintuplica el riesgo de morir en un accidente vial

Las principales víctimas de accidentes viales con peatones
en Bogotá son los adultos mayores.
Foto: Angie Tatiana Ángel Chaparro, magíster en Ingeniería de Transporte.
agenciadenoticias.unal.- En Bogotá viven cerca de 1.200.000 personas mayores, equivalentes al 15 % de la población capitalina. Para una parte importante de ellas, caminar no es una elección sino la principal forma de desplazarse para resolver necesidades cotidianas. Sin embargo, esa dependencia de la movilidad peatonal tiene un costo desproporcionado.

Según el Anuario de Siniestralidad Vial de Bogotá, en 2024, 565 personas murieron en siniestros viales en la ciudad, y 270 de ellas eran adultos mayores de 60 años, es decir, el 47,8 % del total de víctimas fatales. Esta cifra muestra que una minoría poblacional concentra casi la mitad de las muertes en el espacio público.

Motocicletas, invasión del espacio peatonal, cruces inseguros, semáforos con tiempos insuficientes para cruzar y el deterioro de las aceras configuran un entorno urbano que castiga precisamente a quienes más dependen de caminar. Lo que para un adulto joven puede ser un andén normal, para una persona mayor se convierte en una carrera contra el tiempo y los obstáculos.

Estos patrones fueron analizados por Angie Tatiana Ángel Chaparro, magíster en Ingeniería de Transporte de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), en una investigación que combinó información de movilidad peatonal, siniestralidad vial y características del entorno urbano. El estudio permitió evidenciar que Bogotá no está diseñada para ser caminada en la vejez.

Donde caminar es más riesgoso

El análisis identificó dos circuitos peatonales dominantes en la ciudad. En el centro-norte, localidades como Chapinero, Teusaquillo, Usaquén y Barrios Unidos concentran trayectos asociados a salud preventiva, gestiones financieras y vida social. Allí, los recorridos suelen ser más cortos, entre 20 y 23 minutos, debido a la cercanía de servicios y equipamientos urbanos.

En contraste, en el sur de Bogotá, en localidades como Ciudad Bolívar, Bosa, Kennedy, Usme y San Cristóbal, los desplazamientos a pie responden a necesidades urgentes y labores de cuidado. Son trayectos más largos y frecuentes, y es en estas zonas donde se registra la mayor concentración de viajes peatonales de adultos mayores, especialmente mujeres de estratos 1, 2 y 3.

Los orígenes de estos viajes se concentran en sectores de alta densidad poblacional y bajos ingresos, como El Lucero y Timiza. Desde allí, muchas personas mayores se ven obligadas a desplazarse hacia nodos centrales de servicios. Chapinero emerge como un imán por su concentración de centros médicos privados y comercio especializado. La Candelaria y el centro atraen por la realización de trámites oficiales, mientras que zonas como Puente Aranda y Galerías concentran servicios de comercio y salud. Esta desconexión entre el lugar de residencia y los espacios donde se resuelven las necesidades básicas obliga a recorridos largos y complejos entre localidades.

El estado de las aceras, la existencia de rampas, el tiempo
de semáforos son  factores que influyen en la seguridad
peatonal  del adulto mayor.
Foto: archivo Unimedios.
Al superponer los mapas de movilidad peatonal con los de siniestralidad vial, la investigación identificó que las localidades con mayor letalidad peatonal para adultos mayores son Los Mártires, donde se concentra el 36,1 % de los fallecimientos, Santa Fe con el 23,2 %, Tunjuelito con el 16,3 % y Puente Aranda con el 15,5 %.

“Localidades como Suba, Engativá o Kennedy tienen la mayor cantidad absoluta de personas mayores, pero la siniestralidad allí es menor. El riesgo letal se concentra en zonas donde coinciden una alta frecuencia de viajes peatonales y un entorno urbano hostil, con intersecciones complejas, tráfico veloz y cruces inseguros”, explica la investigadora.

En sectores como Ciudad Bolívar, Usme y San Cristóbal, aunque la proporción de personas mayores es menor, la exposición al riesgo sigue siendo alta por la ausencia de rampas accesibles, el deterioro de las superficies peatonales, la falta de iluminación y la presencia de pendientes pronunciadas y separadores elevados que se convierten en verdaderas barreras urbanas.

“La siniestralidad peatonal de las personas mayores no responde únicamente a la concentración de población, sino a condiciones estructurales del entorno urbano. Por eso, el análisis de la movilidad debe abandonar enfoques generalistas y asumir un enfoque verdaderamente diferencial”, enfatiza la magíster.

Un índice que cambia el mapa de la ciudad

La invasión de espacio peatonal, las aceras en mal estado
y la falta de bancas son factores limitantes para los
adultos mayores.
Foto: Angie Tatiana Ángel Chaparro.
Para profundizar en estas diferencias, la investigadora transformó el Índice de Caminabilidad tradicional y lo convirtió en un Índice de Caminabilidad para Personas Mayores. Más que un ajuste técnico, el cambio implicó una nueva forma de evaluar la ciudad, al incorporar variables críticas para el envejecimiento, como espacios para el descanso, señalización clara y visible, cobertura arbórea continua, presencia de baños públicos y entornos predecibles y familiares.

Mientras que para la población general la presencia de rampas tiene una relevancia baja, para una persona mayor alcanza el nivel máximo, pues un andén de 15 centímetros sin rampa puede convertirse en un obstáculo insalvable ante la pérdida de fuerza muscular o problemas articulares. Lo mismo ocurre con las bancas, cuya ausencia deja de ser un asunto de confort para convertirse en una limitación directa de la movilidad.

El tiempo de cruce en los semáforos ejemplifica con claridad esta diferencia. Lo que el índice general considera suficiente, como 20 segundos para cruzar 30 metros, resulta insuficiente cuando se tiene en cuenta la velocidad promedio de marcha de un adulto mayor, que oscila entre 0,8 y 1 metro por segundo, frente a los 1,2 a 1,4 metros por segundo de un adulto joven.

Diferencias en el índice de caminabilidad de Bogotá entre la
población  general y las personas mayores de 60 años.
Foto: Angie Tatiana Ángel Chaparro, magíster
en Ingeniería de Transporte
.
Al aplicar estos nuevos criterios, zonas que en el índice general aparecen con calificaciones buenas descendieron hasta dos niveles. Sectores como La Candelaria, Santa Fe y Los Mártires, pese a su alta densidad de servicios, presentan aceras angostas, pavimento irregular, escalones frecuentes y tráfico vehicular complejo.

De igual forma, el eje de la Avenida 68, entre la Autopista Norte y la Calle 80, pasa de una calificación buena a baja debido a cruces peligrosos, ausencia de bancas en tramos extensos e invasión constante del espacio peatonal.

“El corredor comercial de la Calle 53, en Chapinero, también desciende en la evaluación, porque la mayoría de sus semáforos no cumple con el tiempo mínimo de cruce requerido por una persona mayor y porque los andenes presentan desniveles significativos”, detalla la investigadora.

El índice de caminabilidad para personas mayores (ICAM-PM)
revela diferencias  asociadas a la estratificación socioeconómica
en Bogotá.
Foto: Angie Tatiana Ángel Chaparro
En resumen, la infraestructura de la ciudad está pensada para un peatón que no coincide con la realidad del envejecimiento. Si hoy Bogotá no está adaptada para las personas mayores, tampoco lo estará para las generaciones que vienen”, concluye.

La advertencia cobra mayor relevancia si se tiene en cuenta que la población de 60 años o más crece a un ritmo cercano al 3 % anual. Para 2050, este grupo representará el 21 % de la población, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe. En Colombia, el número de adultos mayores pasará de cerca de 7 millones a más de 9 millones en 2030. La pregunta ya no es si la ciudad debe adaptarse, sino cuándo y para quiénes lo hará.

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